foto portada ©xisco fuster
Advertencia: este artículo cuenta muchísimas cosas, así que si vas corriendo por la vida, déjalo para otro día o, mejor, para otra vida.
Una amiga mía psicóloga reprobó hace tiempo una conjetura mía que me tenía muy inquieto desde hacía días. Le había confesado que, si yo le proponía una cosa a una persona, temía que me contestara que no y que, si eso sucedía, sería un desastre para lograr un ventajoso acuerdo. Mi amiga me habló con gravedad: "Estás suponiendo el futuro y basas tus conclusiones en que suceda lo que tú crees que va a suceder, pero nada te garantiza que vaya a ser así; tú no eres capaz de adivinar el futuro".
Nadie es capaz de adivinar el futuro, vale, pero sí podemos vislumbrar sus rumores.
Por ello, voy a exponerte en este artículo lo más actual de la realidad de la Fotografía para que juntos, tú y yo, podamos no solo adivinar sino sobre todo participar en la construcción de la nueva Fotografía Artística.
Seamos sensatos. En la actualidad, la Fotografía la produce, la edita y la publica todo el mundo, cualquier persona, joven o adulta, fotógrafa profesional o simplemente en posesión de un dedo para oprimir el disparador de un teléfono y seleccionar sus filtros "artísticos" que te hacen creer el dueño de un talento sin igual.
Claro que leer esto le va a doler a todos aquellos que disfrutan con la cámara de su móvil, cosa nada reprobable. Pero estoy hablando de la Fotografía con mayúsculas, de la Fotografía profesional y de la artística frente a aquella con la que todos jugamos.
Antes era necesario imprimir toda foto en papel. Papel fotográfico, de prensa o revistas. Si no había papel (también existía el cine, claro, pero vamos a excluirlo del artículo), no había foto.
Sin papel, no había fotografía.
También podían proyectarse las diapositivas, pero entonces llegaba a muy poca gente; era necesario congregarla en un acto o en una exposición para poder mostrar las fotos proyectadas. De cualquier modo, la diapositiva era necesario imprimirla para poder venderla.
Hasta hace una década, la cámara era símbolo de modernidad de una sociedad industrial inmersa en los sistemas de producción, de producción palpable.
Lo virtual existía solo en los sueños y cuando despertabas, se disipaba de inmediato.
Déjame darte un apunte más sobre el tema de vislumbrar el futuro. En una entrevista para el periódico Ultima Hora, le pregunté a Iñaki Gabilondo cuál era el futuro de la prensa escrita. La gente ya apenas lee las noticias en soporte de papel, las lee en sus pantallas luminosas y, siendo así, cobrar dinero a cambio del trabajo inmenso de recoger la información, redactarla y editarla es imprescindible, pero si alguien tiene acceso gratis en internet... ¿para qué pagar? Ya se ha hablado muchas veces de que el fotógrafo, el periodista, el artista, en general, necesita comer.
Gabilondo me contestó: "El que lo sepa (el futuro de la prensa escrita) se hará millonario".
Había preparado esa pregunta porque suponía que un veterano como él, trabajando en un periódico puntero, El País, necesariamente debía saber de donde se iban a sacar los dineros para pagar a los periodistas, sus viajes, sus necesidades profesionales, los diseños de la web, el mantenimiento, los servidores... Pero no lo hizo. Como buen comunicador, me soltó una verdad. Y con ella debía arreglármelas. Los tiempos cambian y no hay donde atenerse para sacar conclusiones.
El futuro en estos momentos de revolución tecnológica lo estamos creando ahora.
Lo terrible y al mismo tiempo divertido es que no sabemos hacia adonde vamos.
El presente de la Fotografía
Ahora las fotografías se ven, sobre todo, en medios virtuales: móviles, ordenadores, tablets. El ámbito virtual se materializa de la misma manera que cuando Unamuno dice en su novela 'Niebla':
gracias al amor, siento al alma de bulto, la toco.
¿Las fotografías virtuales existen, se pueden tocar? ¿Son como esa mosca que vive solo un día? La mosca disfruta de un solo día de vida, nace, crece, se multiplica y muere en un día y, sin embargo, su específica especie sigue existiendo con el paso de los días y de los meses y de los años. ¿Existen las fotografías virtuales? ¿Existen como una especie sin personalidad, sin enjundia, sin ese toque personal que nos encandila día tras día?
Las fotografías en las pantallas aparecen y desaparecen de inmediato, como el humo.
Dirás que pueden verse repetidas veces. Ok, ¿de verdad crees eso? ¿Tú remiras una y otra vez fotografías artísticas en tu móvil? Digo "artísticas" porque las de tu pareja haciendo simpatías seguro que las ves una y otra vez.
Y, por otro lado, las fotografías virtuales, artísticas o no, desde el momento en que pueden agrandarse, retocarse en una pantalla, ¿no forman parte de una sustancia que va más allá de lo virtual? Son virtuales, ok, pero podemos tocarlas. No son papel, pero las tocamos.
Cada vez que una foto nos gusta, en el móvil le hincamos dos yemas de nuestros dedos para agrandarla, para examinar sus detalles.
Instagram es una exposición de fotos que presume de una constancia eterna; la exposición, no su contenido específico. Hace unos días, mientras cavilaba en el orden de ideas de este artículo, me encontraba "turisteando" el verano en Ibiza y sentí la necesidad de ver una exposición de arte. En la isla mediterránea podía elegir playas, con más gente o menos, para tomar el sol desnudo o no, para vivir la puesta de sol sobre el mar rodeado de músicos sobre la arena tocando sus bongos. Pero no di con una exposición artística con enjundia.
Me apetecía ver arte, pintura, fotos, esculturas, una exposición extensa o profunda. Supuse que el Centro de Arte Contemporáneo era una buena opción. Y bueno, algo había, pero el centro solo cuenta con dos salas y un par de docenas de obras. Así que, necesitado de arte y con la realidad minúscula de ver arte con calado, me contenté con ver las mini fotografías de Instagram en mi móvil.
Estuve cavilando sobre el postgrado de cualquier fotógrafo profesional con ganas de ir más allá del trabajo profesional, ya sabes, sumergirse en el arte, es decir, preguntarse por lo más profundo de las técnicas fotográficas, darle la vuelta a la rutina profesional, experimentar... imprimir y exponer fotos como obras de arte. Y cobrar por ellas.
Pero, así como los tiempos modernos hacen desaparecer la prensa en papel, en el mundo entero, desaparece también el arte en sí mismo.
Hoy día, el arte contemporáneo vive su (esperemos) último estertor antes de morir. Tal y como dice Borges en el prólogo de 'Historia universal de la infamia',
barroca es la etapa final de todo arte, cuando este exhibe y dilapida sus medios.
Una definición exacta del arte actual, centrado en dilapidar sus medios. ¡El arte no se explica con intelectualidades! Solo los embaucadores necesitan explicar su obra.
Añade Borges que el barroquismo es intelectual. O sea, que, ¡bienvenido el arte conceptual si este es un aviso de muerte del "arte" actual!
Pero que se muera rápido, por favor.
Algunos "diletantes" descerebrados se dejan convencer y pagan por una obra "artística" conceptual, pero cada vez son menos. Pocos pagan por una fotografía, muy pocos. Me dije, "tío, no vas a vender ni una sola de tus fotografías en una exposición, así que ni la pienses".
En la actualidad, la moda en el arte (menuda expresión nauseabunda, ¿verdad?, "moda del arte") nos obliga a huir de la belleza. Perseguimos las ideas-petardo antes que las ideas, emociones y sentimientos sublimes y perennes porque nos acompañan un segundo y un minuto y una hora, un día, una semana, un mes, una vida entera (hablo de obras de arte colgadas en la pared de tu casa).
Pero no todos somos así.
Rindamos tributo a Enrique Bunbury. En su tema "Parecemos tontos" se lamenta cantando:
No conseguirán engañarnos a todos, aunque a veces parecemos tontos, no conseguirán engañarnos a todos. A todos no.
He vendido fotos mías en exposiciones, en Madrid, en Bogotá y en Palma. Pero veo, porque lo toco, que la venta de la fotografía como obra de arte no llega a cuajar en estos tiempos de 'barroca' contemporaneidad.
Ahora, con la potencia enorme de ver fotos por todos lados, el interés del mundo hacia la adquisición personal del arte en general se cierra. Parecemos tontos. Pero no todos lo somos.
Hemos dejado que nos engañen, pero el final del arte bobo está próximo.
Al menos me gusta visualizarlo así.
Por un momento, en mi imaginación, me hago pasar por un humano que aterriza en esta modernidad 'barroca' del XXI recién llegado del siglo XX. La primera conclusión que sacaría es que nadie va a pagar por una fotografía artística si se pasa el día viendo fotografías en Whatsapp, en Instagram, en Facebook... Yo mismo, cuando empiezo a consumir imágenes a toda velocidad en Instagram, llego a saturarme. Dejo el móvil a un lado y luego continúo mirando fotos a toda velocidad. Caigo en la trampa. Todos los días.
Cuando eso sucede, como son tan pequeñas las fotos, mi cerebro se centra en las líneas básicas, las manchas de luz y, cuando llevo corridas cien o doscientas fotos, noto que todas son iguales.
Son fotografías píldora. Cada una cumple un cometido medicinal pero, visualmente, todas las píldoras farmacéuticas son prácticamente iguales a la vista.
No se venden fotos porque no hay demanda. La gente quiere fotos, no píldoras, pero se ha acostumbrado a las 'pastillas veloces'.
No hay demanda, primero, porque el arte, el arte en general, se está colapsando. Y segundo, porque la educación de las personas se está alejando de la obra que posee contenido poderoso. Tampoco es capaz de apreciar sus abismos, no es capaz de apreciarla y mucho menos siente la necesidad de pagar por ella.
Ahora bien, si el sector privado no va a comprar tu trabajo en primera instancia, bien podía el sector público darlo a conocer. Si algo no ha decaído, sino todo lo contrario, es la asistencia del público a los museos que muestran verdaderas obras de arte. Anunciadas las cifras de visitantes del Museo del Prado del año pasado, 2018, suman 2,892.937 personas.
Sobreabundancia
Ya sabemos que las fotos no se consumen como obra de arte si se presentan en medios virtuales.
Mientras las vemos en nuestra pantallita, podemos imaginar algunas fotos como obras de arte pero, en sí mismas, es decir, con ese tamaño, no lo son.
La costumbre nos enseña a consumir estas fotografías minúsculas y efímeras como un dato sucinto de información. No nos contentamos con una imagen, queremos cientos, miles de imágenes.
Y jamás pagaremos por ellas.
Si quieres vivir de tu arte como fotógrafo, ¿cómo vas a hacer para que la gente ame tanto tu foto y sienta la necesidad de poseerla, de pagar por ella mil o seis mil euros?
Debes materializarla, esto está más que claro. Una foto en papel hace el amor con él, funde sus tintas con el tramado vegetal y persiste en su hegemonía, no se marcha, no se quema, no trasmuta, no se corre a un lado como las miles de fotos que ves cada día dándole compulsivamente a tu dedo para que se sumerjan en la invisibilidad.
Permítaseme un comentario nostálgico (sigo después disertando sobre el futuro de la Fotografía). Cuando la Fotografía necesitaba del negativo para existir, cada vez que apretabas el disparador de la cámara, te lo pensabas.
¿Estaré haciendo fotos bobas este fin de semana y me voy a gastar un montón de dinero en el revelado el lunes?
A los 18 años, en la década de los 80, aparcada mi cámara réflex, trabajaba de dependiente en una tienda puntera de revelados. Los lunes, las colas de gente con sus carretes llegaban del mostrador hasta la calle. Los clientes habían estado fotografiando las sonrisas de sus bienqueridos el fin de semana, y el lunes llegaba el momento de comprobar que fueron reales. Algunos acudían con la cámara, todavía caliente, para que les rebobináramos y sacáramos el rollo de la cámara.
Después debían regresar, al cabo de una hora o un día, y recoger sus fotos en papel.
Me resultaba divertido ver sus expresiones con las fotos impresas en papeles brillantes o mate desparramadas sobre el mostrador sonriendo al recordar sus momentos felices. También es cierto que, a veces, debían pagar por unas fotos que apenas se veían, porque habían quedado sumamente oscuras y no se veía nada o, simplemente, habían abierto la portezuela de la cámara y el carrete se les había velado, con lo que sus caras de decepción eran las que probablemente hubieran puesto si el viernes les hubieras anunciado que el fin de semana quedaba suspendido y mañana no sería sábado sino lunes.
Con ello quiero decir que lo que aparecía en el negativo era la realidad, sin retoques, sin filtros. En la actualidad es diferente. Lo virtual, los filtros en postproducción y otros retoques en manos de aficionados (lo que hace casi todo el mundo) hacen que nadie crea en las fotografías.
Las fotos se han convertido en entes volátiles, insustanciales, en seres en los que nos gusta creer, solo un momento, como parte del imaginario, pero no forman parte de la realidad.
Para los artistas esto es justamente aquello de lo que nos alimentamos: la sugerencia para hacer explotar el imaginario en la mente del observador. Es decir, algo puede no ser real, pero el mensaje sí es real. Ayer mismo una amiga a la que había enviado una foto casual que le había disparado el día anterior, me preguntó si le había puesto un filtro.
Los profesionales no empleamos filtros de postproducción.
Si una imagen está intervenida artísticamente por un profesional, lo estará de manera voluntaria. Un profesional habrá tocado los colores, las luces y las sombras, los contrastes, lo que ha considerado oportuno para dar con algo único. No ha apretado un botón para conseguir un efecto, sino que ha ido tras él, lo ha creado siguiendo los dictados del mensaje que pretendía comunicar: belleza, simpatía, acritud, drama...
Los filtros que emplea todo el mundo son atajos para simular que se es un genio del arte de la fotografía.
Siempre he dicho que una foto no debe ser real, sino veraz. Por ejemplo, la foto que disparé a un hombre fumando un puro, de pie, en una plaza. La hice para ilustrar el reportaje sobre la nueva prohibición de fumar en locales públicos, incluidos bares y restaurantes. El editor me confesó que no se atrevía a publicar la foto, porque la esposa del fumador podía verle en el periódico y descubrir el vicio secreto de su marido. Yo pensé que era una tontería, que si fumaba en la calle, cualquiera podía verlo, incluso su mujer, pero no discutí con mi jefe. Le dije que tenía otra foto en la que el humo le tapaba la cara. Le mentí. No tenía esa foto. La retoqué. Tomé la misma foto y le planté la nube de humo sobre la cara.
La pregunta que siempre he enunciado a todo el mundo en mis conferencias y talleres cuando he planteado este dilema sobre la verdad de la fotografía es: ¿esta es una foto falsa? Nadie me ha contestado que sí. Algunos se han escandalizado, porque no sabían tomar una determinación por sí mismos y se atenían a la norma que reza "si está retocada, no es verdad". Y acababan soltando que sí, que la foto es falsa.
Entonces, yo le preguntaba al auditorio: ¿Y en qué he mentido con mi foto?
Verdaderas obras de arte, las de los museos
Para publicar una foto antes, debías hacerlo en una revista, en un periódico o en un libro. O eras realmente bueno y lograbas una exposición. Yo he publicado en todos estos medios.
Empecemos hablando de la antecámara, de la veracidad de una fotografía.
El valor absoluto de una foto todavía hoy día puede considerarse por su valor testimonial, por lo que conlleva de verdad lo que muestra la imagen. Depende de quien la firme y donde se exponga.
Por eso es importante que cada fotógrafo se defina como profesional en una faceta que se adecúe lo más posible a su manera de ser, a su manera de trabajar.
Si uno se dedica a retocar sus fotos para entrar en el arte digital, juntando agua y fuego de manera artificial con la intención de crear arte, no puede después dedicarse a cubrir noticias de primer orden, porque nadie le va a creer. Lo primero que hará quien le conozca es preguntarse si ese manantial de personas sumergidos en la tierra es real o un invento artístico.
La fotografía artística y la fotografía de prensa son antagónicas.
Fíjate en este ejemplo significativo. En la revista National Geographic, por ejemplo, no te permiten el más mínimo retoque. Eso hace que la revista gane en credibilidad, ok, genial, pero...
Insisto que los retoques a veces pueden convertir una foto documental en una foto de mayor valor con el simple movimiento de un objeto. Depende de tu honestidad. Es como narrar una noticia. Yo puedo narrarla inventándome detalles para ganar en escabrosidad y ganar adeptos o puedo ser aburridísimo narrando la noticia como lo haría un atestado policial que enumera los hechos sin más. También puedo ser honesto.
En la fotografía arquitectónica de aquí arriba se han retocado líneas y luces. Uno de esos retoques consiste en dejar las verticales rectas y, por supuesto, en posición vertical. Es un retoque honesto (y necesario). También he retocado la deformación del súper gran angular. Para acercarme a la realidad.
Puedo ser honesto y genial, ambas cosas a la vez.
Si yo tengo una foto de una hilera de jirafas en la sabana africana en un día de lluvia intensa, puedo ser el autor de una gran foto. También puede suceder que la foto no sea perfecta, compositivamente hablando, porque una de las jirafas aparece un centímetro más a la izquierda en el encuadre.
¿De verdad que por mover un centímetro la jirafa en la foto vamos a perder credibilidad?
El retoque debe rendir servidumbre al arte, al mensaje completo, al mensaje que entiende nuestra alma.
El arte moderno está casi muerto
Se fagocita, se canibaliza. Como sugeriría Borges, se torna barroco porque se extingue. Y lo hace con toda la canallesca del mundo, es decir, intelectualmente, o sea, conceptualmente, con voluntad de ser gilipollas perdido y de creer que el que observa mi obra es gilipollas y si no, voy a convencerle de que lo es explicándole lo que he hecho.
Cuando presenté una serie a un concurso y a una galerista, yo sabía perfectamente que nadie entendería la serie. Todos esperaban una secuencia en el tiempo. 'La muerte de una musa' debía significar una degradación constante hasta llegar a la negritud, la anulación. Sin embargo, yo, que creé esta obra para mostrar la muerte de una musa real, viví un ir y venir de la muerte. La musa permanecía en mi vida pero iba muriendo. Como en cualquier relación tormentosa, los acercamientos y lejanías se sucedían cada vez con mayor asiduidad. Es decir, no podía representar la muerte de una musa con una progresión normal, sino como una manifestación exhausta de querer y no poder, de intentarlo una y otra vez sin suerte, hasta que se acaba.
Pero todo esto es una explicación. Por eso mismo, 'La muerte de una musa' fracasa. Si la gente no la entiende a la primera, sin explicaciones, la obra fracasa.
Fracaso profesional
Los curadores y las galerías de arte son los principales culpables de la extinción del arte.
No hablo de museos nacionales que guardan los tesoros artísticos del país, sino de aquellos que sucumben a la modernidad porque el gran mercado de advenedizos que se gastan su dinero en "arte", con escasísima personalidad, quiere comprar arte conceptual, arte que no es arte, arte que se tiene que explicar para que cobre sentido, arte que se diluye, que cansa, que acaba aburriendo al cabo de dos días.
El verdadero arte permanece vivo con el paso de los siglos.
Si solo se compran oportunidades artísticas nacidas de la mediocridad, los verdaderos artistas, empleados en crear belleza, se mueren de hambre hasta verse obligados a vender los pinceles, las cámaras, los cinceles para seguir aferrados al árbol del arte.
La responsabilidad atañe a los métodos de producción de imágenes en los medios sociales. Hablo del consumidor en general, no de los escasísimos amantes del arte que no se dejan embaucar. Hablo de la modernidad, de la realidad que nos envuelve.
La rapidez con que se crean y consumen las imágenes satura nuestro discernimiento, no nos detenemos en ellas, no sabemos apreciarlas, no somos capaces de analizarlas, de descubrir en ellas todo lo que llevan dentro.
Podríamos hacerlo, pero en una pantallita de tan escasas dimensiones...
Mira, yo en Instagram solo publico las fotos que pueden llegar a apreciarse sin ampliar. Dispongo en mis archivos de fotos que, en tamaños de un metro de largo, impresas en papel, son un encanto, pero no las publico en los medios sociales porque, si lo hago, se diluyen en la nada.
Cuando nos ponemos compulsivos corriendo fotos en los medios, emprendemos una carrera de fondo que convierte la velocidad en ceguera.
Es hasta cierto punto divertido: cuantas más fotos ves, más crece tu ceguera.
Los móviles y sus cámaras contra el futuro de la Fotografía Artística
La manera de vendernos teléfonos con las capacidades de sus fotos por megas y súpermegas, la manera de publicar las fotos en Instagram, sobre todo, y los tipos de filtros que se van renovando cuando se pasan de moda, van encorsetando a los consumidores de imágenes para entretenernos con el único fin de vender más teléfonos. ¿No es alucinante que los argumentos principales para vendernos un teléfono, aparato que sirve para comunicarnos con otras personas, no es el de su propio fin, sino las fotos que saca?
Los fabricantes venden más teléfonos, y la Fotografía Artística muere.
El modo en que se configura la velocidad del consumo de imágenes se ajusta a un mundo en constante aceleración que nos aleja de las pequeñas cosas, de esas que son las que realmente nos llenan.
Además, triste, muy triste, la velocidad de lo instantáneo nos ciega la capacidad de ver, discernir y disfrutar nuestro entorno.
Sobra recordar la cantidad de gente conectada con los ojos a la pantalla de su móvil: en los conciertos, en las carreras de motos, en la playa o en los bares cuando se encuentran reunidos con los amigos (sic). La producción y el consumo de fotografías se han intensificado tanto que estamos perdiendo el sabor de la realidad. Transformamos la producción de fotos en una necesidad adictiva, no en un placer.
Ruido visual, la gran piedra para el futuro de la Fotografía artística
Si saturáramos los sonidos, si por ejemplo nos sonaran doscientas guitarras eléctricas al mismo tiempo, cada una con un modo particular de rascar las cuerdas, acabaríamos locos de atar. Esto mismo está sucediendo con el ruido visual producido por la saturación que supone el consumo indiscriminado de imágenes.
Deberíamos distinguir las fotos de uso diario de las fotos con calado.
Las fotos de uso diario agotan nuestro nivel de discernimiento visual.
Vemos imágenes y las olvidamos al instante, no calan. Las fotos de uso diario no motivan sino que nos vuelven vulnerables como consumidores, hasta el punto que nos convierten en seres pasivos.
La verdadera calidad de una foto
Mira, quizá tú te hayas dado cuenta. En el mismo Instagram, ves fotos y fotos y más fotos. ¿Has notado que aquellas que más 'me gustas' tienen son las de los grandes maestros? Luego están las fotuchuelas que imitan las formas de los maestros, pero les falta algo. Es divertido, porque ves que los imitadores fotografían los mismos elementos y casi las mismas luces, pero la foto del maestro es excepcional y la del imitador no.
La diferencia está en el modo de mirar, de encuadrar, de revelar cada foto. El genio se construye, no se imita.
A lo mejor la diferencia es un detalle minúsculo, pero suficiente para que una foto sea buena y la otra te deje indiferente.
El futuro de la Fotografía artística
Habiéndome curado en salud al principio del artículo, no voy a revelarte el futuro de la Fotografía Artística, pero sí puedo aventurar posibles salidas.
Recuerdo la alegría del fotógrafo colombiano Fernando Cruz cuando el Museo Nacional de Colombia seleccionó una de sus fotos para formar parte de una colección del Museo hace unos tres años:
"¡Por fin he conseguido exponer en un Museo!", repetía muy feliz.
En el más importante museo del país, nada menos.
1. En primer lugar, estamos hablando de fotografía de calidad, no de aquellos millones de fotos que se publican cada día en formato virtual y minúsculo.
2. Segundo, imprime tus fotos en papel, para ver si laten, para ver si su corazón funciona, para ver si están vivas. Y luego muéstralas para saber si interesan, si conmueven.
3. Muy importante. Puedes publicar en Instagram, en Facebook o en cualquier red social; solo lograrás inflar tu ego con truculentos 'me gusta'. Sí, son truculentos, son una trampa. Trata de publicar o exponer en lugares de renombre. Puede ser un museo, pero que tenga renombre. He visto verdaderas porquerías en los museos de mi ciudad por el mero hecho de que no hay dinero destinado al arte y exponen saldos mediocres.
Tampoco vale por ejemplo ganar concursos, por muy llamativos e internacionales que sean. Yo mismo he participado en concursos y los he ganado y he participado en concursos de renombre mundial donde han rehusado mis fotos por no atenerse al modo conceptual del arte moderno (sic) o no ser suficientemente llamativos en plan "cómete un plátano frito, amarillo y denso en sabores criollos con especias cósmicas".
Tanto en un caso como en el otro, ganar los concursos no me ha merecido reconocimiento.
Y quítate esa idea que te ronda ahora la cabeza de que me siento malquerido y, como estoy rabioso, escribo diatribas contra ellos. Ya te he dicho que he ganado algunos concursos y no me siento satisfecho. Para jugar están bien, pero no para crecer como artista.
4. Cuarto, probablemente una utopía. No tanto por lo arriesgado de la idea que te voy a proponer. En sí misma es genial. Sino por la falta de camaradería que existe entre los fotógrafos.
No solo los fotógrafos se niegan a compartir lo que saben sino que algunas veces cabalgan sobre la canallesca para hundirte si te cruzas en su camino. Tú dirás que, bueno, para defenderse está bien ser canalla. Pero no se trata de eso.
Entre dos canallas solo existirá destrucción. Entre dos profesionales que comparten su experiencia puede surgir algo excepcional.
Recuerdo mi comentario en la Galería K, de Palma de Mallorca, en la Nit del Art de hace unos cinco o seis años. Éramos cinco fotógrafos charlando en un corro cuando les propuse formar una sociedad al estilo de la generación del 27 en la que lograr que nuestros talentos se tornaran más fecundos compartiendo nuestros secretos.
Si Dalí, Lorca, Buñuel compartieron una pasión enriquecedora, manteniendo cada uno su arte y su personalidad, ¿por qué no podemos crear algunos fotógrafos un caldo de cultivo común?
Como respuesta obtuve un silencio denso como el amor que describe Unamuno, un silencio de bulto, lo pude tocar.
Gracias a esta respuesta, gracias a este silencio, hemos crecido todos al mismo ritmo que antes del comentario. Cada uno a su rollo.
Mi propuesta ahora, para ti, pasa por que reúnas a tres, cuatro, cinco artistas fotógrafos para convencer al Museo de tu ciudad y que organice una exposición. Añade a la propuesta de exposición actividades relacionadas con ella, como talleres y conferencias y seguro que algo sacas. No hablo de compartir secretos, uy, qué peste, hablo de asociaros para exponer y fomentar la Fotografía de calidad y vuestro currículum.
Claro que no será fácil pero, para que te conozcan, después de demostrar que vales, debes armar cierto jaleo. Y ser constante. Ya que he nombrado a Dalí; mira tú qué escandalos organizaba para que hablaran de él. Aún oerdura su fama de provocador (artístico, cuidado, provocar con sangre y sexo es tercermundista).
Las galerías de arte tiemblan
Inténtalo con una galería de arte. Ellas ahora mismo van a lo seguro, atienden a artistas consagrados, a aquellos que de una manera artística o no tengan renombre porque un imbécil les ha criticado con benevolencia o un rico sin escrúpulos artísticos ha pagado una suma ridícula por su 'trabajo' bien aderezado de verborrea.
La mayoría de las galerías han perdido los papeles. Hasta incluso galerías de primer orden en España están sucumbiendo al arte conceptual, vacío y sin sentido, para seguir subsistiendo. Otras han tirado la toalla y han desaparecido.
Todos somos responsables.
Nosotros por consumir cualquier cosa, las galerías por rendirse a un arte vacío y los compradores advenedizos que adquieren humo en vez de valores seguros.
Si en la época de Velázquez hubiera surgido un "artista" con un invento leonardesco para convencer a un rey de que lo exponga en su palacio como una obra de arte, porque "tiene alas pero no vuela y el sentido está en la intención", el rey con sus propias manos, armado de la espada más afilada, le habría cortado la lengua primero y la cabeza después.
Acabo con un consejo para que la Fotografía subsista como ente artístico: saca buenas fotos, trabájalas, imprímelas, juega con los papeles en los que las imprimes y mézclalos con otros elementos para que la fotografía se ennoblezca. Exponlas en un lugar de renombre.
Puede que no vendas nada, pero si tu trabajo es de calidad, las personas, tarde o temprano, desistirán de comprar humo.
Las ideas baratas vs ideas geniales
Lo puedes comprobar en Instagram. Observas un día cómo un fotógrafo ha tenido la idea de juntar una sombra con el entorno real para crear una caricatura y al cabo de unas semanas ves que han surgido cientos de fotógrafos que hacen lo mismo.
Las ideas baratas son fáciles de copiar.
Debes estrujarte el cerebro para ir más allá de las dos dimensiones o para crear algo que, si te lo copian, no logren el efecto personal que tú le has dado porque cada cual imprimirá su propio estilo. Por ejemplo, un brochazo de pintura sobre la foto. O, como en el ejemplo de la foto de aquí abajo, imprimiendo la foto con tintas solubles, mojar el papel, reproducir el resultado y mezclarlo parcialmente con la foto original.
Caminos a seguir para labrar el futuro de la Fotografía artística
Una foto sola, tal cual, virtual o no, puede venderse en un banco de imágenes, retro iluminada en una caja con un mando a distancia que intensifique la luz, a revistas especializadas, en papel en una galería o, y esto es muy importante, escapando de su esencia.
Si una fotografía cumple el deber de ser repetible, de copiarse mil veces, haz que esto no sea posible.
Mi colega Bering Comparini me brindó la idea que vender mis fotos impresas con un acta notarial que asegurara que el archivo original ha sido destruido. Esta idea, genial como todas las que se le ocurren, supone que solo se puede imprimir una vez. También es cierto que podrías reproducir la original fotografiándola, pero ya necesitarías la original.
Otra idea, más osada, consiste en intervenir en tu fotografía. No olvides jamás que la Fotografía, y más la Fotografía Artística, es pintar con luz. Aprende a esbozar trazos con un lápiz (real, no virtual) sobre una foto en blanco y negro. Salpica con tinta roja zonas de tu foto impresa. Moja el papel, rásgalo, arrúgalo, plánchalo... Son ideas fecundas. Difíciles y algo costosas, pero claro, si es virtual, lo hace todo el mundo.
Cualquier cosa que hagas, que tenga sentido, sin necesidad de ser explicada. Prueba primero. Experimenta. Después trabájalo, repite varias veces tu descubriento, púlelo. Y, siempre, piensa en lo que haces.
Excelente artículo. En cuanto a la descarga gratuita del libro Conoce tu cámara… imposible lograrlo. De cualquier forma, gracias.
Hola Lourdes. Encantado de saber que en La Habana también siguen artículos tan profundos como este. Le puse especial interés; de hecho, es el artículo más largo escrito en la Fotografía es mi Pasion de los más de un centenar.
Con respecto al libro Conozca su cámara, necesitamos que se suscriba, no solo para recibir el libro, sino también para que reciba algún que otro correo mío personal (y que no vende nada).
Es tan fácil como poner su correo en la ventana que le sale cuando pincha en Regalo, arriba a la derecha, y después en Mándame el libro ahora, por favor. Le aparecerá otra ventana en la que escribir su correo. Lo escribe y hace click en el nuevo botón Mándame el libro ahora, por favor. Después recibirá un correo para descargar el libro. Sé que es un proceso largo, pero en Europa andamos con estas normas que deben cumplirse.