Foto portada: ©xisco fuster
Los colores enamoran
Un paisaje en un atardecer gris. El sol se ha ocultado antes de su teórica puesta en el horizonte. Las nubes densas lo tiñen todo de un color opaco, nulo, muerto, tenebroso.
El mero uso de adjetivos tan lúgubres (opaco, nulo, muerto, tenebroso) obliga a asociar el gris a la fealdad. Bien, es un tema en el que hay madurar mucho para comprender que los grises forman parte del universo y que es preciso amarlos como quien ama el amarillo y el naranja juntos en una puesta de sol donde el cielo sigue mostrándose de un profundo azul.
Al fin y al cabo, los extremos conciben juntos la belleza.
Los colores fáciles
Me refiero a los filtros que tan alegremente usamos en Instagram, por ejemplo. Son tratamientos de imagen con un efecto muy estudiado por parte del que los ha creado para impresionarnos.
Clarendon, gingham, moon, lark, reyes, juno, slumbe, crema, ludwig, aden, perpetua, amaro, mayfair... son los nombres de los filtros de Instagram. Parece el reparto de una película de pitufos. Y es bonito que así sea. Necesitamos alegrarnos la existencia. Y qué mejor que dar con un filtro que nos saque los colores. Disparamos una foto que nos encanta, la filtramos con un Clarendon y nuestro cielo toma sentido.
Ahora bien, si pintas una acuarela, la fotografías, la subes a Instagram y le aplicas un filtro, imagina qué pensarán tus amigos cuando vean la acuarela real que has pintado. Ñecs.
Los colores profesionales
Aquí es donde surgen los que dicen se niegan a ir más allá del Lightroom porque cualquier otra cosa es manipulación. Que la foto (entre otras cosas) tiene unos colores y que es necesario dejarlos lo más próximos a la realidad. Que no se toleran rectificaciones de ningún tipo (algunos ni permiten corregir las aberraciones de las lentes).
En las fotografías profesionales no caben los días fatales en el que empleo un filtro Corindón para azular el cielo gris. Esos filtros son antiprofesionales.
No caben los días surrealistas en que quiero mostrar un cielo violeta.
Los colores profesionales se ciñen a la verdad. Pueden rayar lo inverosímil, pero siempre ganarían un juicio contra la falsedad.
Los colores profesionales son útiles en prensa, revistas, libros, carteles. Aunque a veces la impresión sobre papel los desdibuje con apariencias alejadas de la realidad, el observador sabe distinguir la irrealidad en una foto, en cada foto, la distingue también en el resto de fotos de la misma publicación, aproximándose así a la realidad de una manera consensuada en su propio cerebro. Esto con el papel, claro.
En una pantalla retroiluminada, el fotógrafo debe ser extremadamente cuidadoso.
De la misma manera que un fotógrafo profesional cuida de mostrar en sus fotos las verticales de un edificio en posición vertical, debe lograr que todo lo que aparece en la imagen se aproxime a la realidad y, además, debe mostrarlo de una manera bella.
En general, sobre todo cuando uno se inicia en Fotografía, se tiende a forzar lo que mejor se siente. Por ejemplo, el cielo en esta foto. Y el agua de la piscina.
Tú igual piensas que la foto de abajo te gusta más, porque es más intensa. Bien, es una opción. Sobre gustos, ya sabes, cada cual el suyo. Pero si yo, como fotógrafo de propiedades inmobiliarias de lujo, muestro una irrealidad tras otra en todas y cada una de las fotos de una serie que presenta una casa, cuando los enamorados compradores vayan a visitar la casa, van a sufrir una decepción inmensa.
Recuerdo lo que me dijo el director de una agencia al que ofrecí mis servicios como fotógrafo: "No, porque hacéis fotos demasiado espectaculares y luego perdemos todos el tiempo". Primero le dije que esas fotos no serían espectaculares, sino fotos mal hechas. Le demostré que pueden hacerse fotos espectaculares, sin exagerar.
Ahora sus fotos no le hacen perder el tiempo a nadie. Y vende más casas, claro.
Los colores artísticos
De la misma manera que existe la licencia poética en literatura para jugar con imprecisiones sintácticas y conceptuales en la mente del que lee, la fotografía artística se otorga el mismo permiso para jugar con lo que ofrece, tanto en formas, como en colores.
La única premisa que une ambos ámbitos, la literatura y la fotografía, y por supuesto también la poesía, la escultura y la pintura en cualquiera de sus manifestaciones, es la de sembrar una verdad más grande en la mente del que consume el mensaje que la propia realidad. No te quedas en lo que ves representado.
De inmediato, tu mente va más lejos (y no hablo, necesariamente, del arte abstracto).
Ya estamos que no soporto el arte conceptual (en su mayor parte es bobo), pero, por ejemplo, si juego a cambiar los colores de una foto nocturna al modo 'negativo', estaré jugando a invertir la noche al mismo tiempo que invierto los colores.
El arte conceptual necio necesitará explicar, en la exposición de la foto, que esa maravilla se le ocurrió al fotógrafo invirtiendo colores y noche al mismo tiempo, y la gente exclamará que eso es genial.
El secreto del arte conceptual es que, como cualquier otro tipo de arte, hable por sí mismo. Si yo te muestro la foto sin decirte nada de inversiones cromáticas y negativos, sientes algo extraño, conmovedor, curioso, algo que te hace cosquillas y (esto es lo más importante) y lo aceptas, entonces habrás dado con el arte de verdad.
Y, cuando das con el arte de verdad, no necesitas justificar el motivo por el que has creado un efecto u otro.
Los motivos son simples adornos de la obra.
Simplemente: aquí tienes la obra. Si el observador necesita preguntarse si es verídica, si no acepta el truco, entonces se está evadiendo del acto comunicativo entre el emisor (el artista) y el receptor. La obra fracasa.
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