Foto portada: Yami Totino
El robo (bueno, hurto)
Sucedió ayer, sábado 16 de octubre 2021, antes de la medianoche, a las 11,44 h para ser exacto. Andaba con mi pareja empaquetando las fotos tras una jornada expositiva bastante agradable, en la que algunos transeúntes se habían detenido frente a Fuego líquido, sobre todo, para observarla de cerca e incluso a veces, tratar de tocarla, cosa que lograron tres niños, maldita sea, ¡eso es papel Hannemülle de alta calidad! El arte no se... Este arte no se toca.
Habíamos envuelto y protegido Fuego Líquido para su regreso a casa. La debíamos cargar entre los dos para transportarla a 45 metros, a la capilla que nos indicaron para que después los servicios del ayuntamiento de Ses Salines, organizadores del evento ArtinSal21, me la acerquen a mi estudio.
Para no dejar abandonadas las fotos pequeñas y las herramientas y los trapos y la cinta, las metimos en una bolsa de papel y las acercamos a la capilla. Para estar seguros. Por un momento largo pensé que estaba haciendo el tonto, porque, ¿quién te va a robar unas fotos (por monas que sean)?
Pues sí, las robaron. En el interior de la capilla. Cinco fotos. Enmarcadas con vidrio antirreflejos, tratadas siempre con mimo para que nunca se raye ni una sola esquinita del marco de madera. Estaban ya metidas en una gran bolsa de papel, circunstancia que aprovecharon los ladrones para llevarse la obra con fácil urdimbre.
Preguntamos a los que nos encontramos por la capilla, y nada.
Nadie había visto a ninguna persona con la bolsa roja cargada de fotos.
Los ladrones se habían esfumado con una velocidad que, a mi parecer, indica intencionalidad, nocturnidad y cualquier otra cosa que acabe en -idad que remarque la fealdad del acto.
Apuestas
Las dudas en tu cabeza se inclinan a sospechar de aquellos jóvenes que se enamoraron de la foto de la sandía. Qué tristes las sospechas, ¿verdad? Primero se duda de los admiradores.
Aunque en este caso, no creo que los intereses del robo fueran económicos. Las fotos tienen un valor de 450 euros cada una, pero no son bolsos sino un artículo único, fácilmente identificable. Se podrían vender, pero tendría que ser a escondidas.
O sea, los admiradores son los principales sospechosos del robo.
O al ladrón quizá no le importaban las fotos lo mas mínimo y solo quería los marcos, para arrancar las fotos y colgar ahí su diploma de idiotez certificada. Pero no.
Fuego líquido
Dentro de mi serie Fuego líquido, se encuentra la foto grande que no birlaron en ArtinSal21.
Cuando expuse Fuego Líquido en Madrid, en Redwall Photogallery, en la calle Goya, recuerdo que algunas personas que pasaban frente al local se enganchaban a la fotografía y cómo atraídos de manera mágica se acercaban hasta ella. Algunos abrían la boca. Otros emitían un suspiro.
Impresionante para un fotógrafo que alguien (álguienes) haga eso frente a algo que te has currado desde antes del disparo, en la Sierra de Tramuntana, aguantando con un poco de vino en un vaso de plástico al borde del mar, aguardando a que el sol siga bajando, toque el horizonte y atraviese las espumas de las olas agitadas y las transforme en chispas.
Y pasó lo mismo anoche.
Me pareció asombroso ver las caras de algunos señores y señoras observar cómo se metían dentro de la foto, directamente, sin preguntarse cómo está hecha, solo gozando.
Solo gozando. Yo los miraba desde un lado, los imaginaba desnudos bañándose en el fuego líquido de nuestro amado Mediterráneo, de mi foto.
Idas y venidas
Claro, no había obligación de permanecer junto al stand, porque ya se había dejado claro que eso no era un mercadillo de venta de arte, sino una exposición. Yo me escapaba a veces para ver la obra de mis compañeros fotógrafos, pintores y escultores, buscar una cerveza y regresar para bebérmela junto a mis fotos, deleitándome de esa atracción interesantísima entre mis fotos y las personas.
No sé si has pescado alguna vez. Cuando estás con la caña y el corcho rojo flotando manso en la superficie a la espera del cambio. Se establece un debate entre el mundo marino y el aéreo. El pez tira del anzuelo y el corcho se hunde y tú miras de contra-tirar en el momento preciso para pescar al pez.
La sensación de la que quiero hablar es la que sucede justo cuando lo enganchas y sientes cómo todo tiembla, los mundos se aparean por un momento y se produce eso que llamamos felicidad.
Yo no pescaba a las personas. Solo las miraba. Gocé del apareamiento de dos mundos, el del observador y el del artista.
Y sí, le prometí Fuego Líquido a una brasileña que se enamoró de la foto. La tendrá en su casa. Empleo el verbo enamorar una y otra vez, pero no quiero emplear otro verbo. Enamorarse es el verbo exacto.
Y el robo (hurto, porque no hubo violencia)
Tantas alegrías, compartidas con la visita de grandes amigos fotógrafos y otros que no lo son, naufragaron en el silencio del coche en la oscuridad, regresando a casa, sin mis amadas.
No estoy exagerando. Ahora hay un hueco en mi casa, porque esas eran fotos preferidas y me encantaba verlas todos los días. Le han robado un trozo de piel a mi casa.
Adiós a Boca arenisca, de la que siempre recuerdo la pequeña gran frase de Frederik Piña, galerista, "Esta me gusta", cuando le presenté hace muchos años otras muchas en un pdf.
Adiós a La fruta y el sexo, más cerca. La más descarada.
Adiós a Sal cósmica. "Me encantan los grises, y el negro y el blanco, lo tiene todo" me dijo el fotógrafo Juan Remolá, refiriéndose a juntar en la misma foto gamas de grises y un alto contraste de blanco y negro.
Adiós a Esto no es un cactus. La más juguetona.
Adiós a Placer, esa foto con la que siempre me he divertido, porque nadie sabe qué es y nadie ve lo mismo. Nadie-ve-lo-mismo.
No las había vendido ni se las había entregado a un admirador a cambio de la cantidad justa por la que aprendes, revelas, experimentas, compras papel fotográfico y lo tiras porque no sirve hasta que encuentras el papel perfecto, compras el marco resistente y compañero leal de las fotos, el vidrio preciso para que transparente lo que guarda, ajeno a los reflejos de las luces espontáneas que se plantan frente a él, tantos ejercicios debe pagarlos el admirador, no tú.
Tú creas. No para que te roben (hurten).
Compensa estimar que alguien se haya interesado tanto en tus fotos (o en alguna en concreto) para hacerse con ellas corriendo el riesgo de ser sorprendido por la comunidad de artistas que andaba recogiendo sus obras o de otras personas cenando en las terrazas de los restaurantes.
Imagino al ladrón: varón, sentado en su sillón, auscultando la sonrisa de su cara reflejada en la sandía y lamiendo el fruto del placer desbordándose en un lago nocturno.
Ahora voy a poner la denuncia a la Guardia Civil, así les doy justa sepultura a mis fotos.
Y después, voy a hacer algo más.
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