Fotografía de portada: ©Xisco Fuster
El proceso artístico
Me gusta el proceso artístico porque, si no volamos demasiado alto cuando hablamos de él, es decir, si no abstraemos los conceptos hacia términos demasiado generales, se torna diferente, tan distinto como la genialidad que persigue.
Si por ejemplo perseguimos fabricar una silla, normalmente nos atendremos a su función, la de sentarnos en ella, y la dotaremos probablemente con cuatro patas, un asiento y un respaldo. Pero si lo que perseguimos es plasmar la caza de una idea fugaz, es decir, una silla que nadie antes ha pensado, el trabajo pesa más en su método creativo que en su materia.
El pensamiento lateral es un método muy eficaz (a veces su uso es resbaladizo) para dar con nuevas ideas. El pensamiento lateral resulta de juntar dos asuntos que en apariencia no tienen nada que ver el uno con el otro. Por ejemplo, una taza de café y un coco. Una uña y un avión. Si los juntamos, ¿qué sale? Busca juntar una uña y un avión para darle un sentido a la unión y siente cómo se encienden los engranajes de tu pensamiento creativo.
El pensamiento lateral pordemos alcanzarlo yendo tras él voluntariamente, como acabo de hacer ahora buscando ejemplos mientras escribo, o puede aparecer de manera sigilosa en nuestra mente casi sin que nos demos cuenta.
Persiguiendo un latido
Por ejemplo, una idea se nos planta en la cabeza: un árbol aislado. Y nos ponemos a buscarlo para fotografiarlo. Vemos pinos y olivos y algarrobos en paseos diarios, semanales. Damos con árboles muy bellos, pero ninguno separado del grupo. Todos los árboles se hermanan y es muy complicado sacarlos desde la parte baja del tronco hasta la punta de la última rama sin interferencias.
Hemos aprendido a mirarlos, a comprender las formas y las texturas de su tronco, su ramificación pomposa, loca, arriesgada o sosa. Y nos hemos enamorado de alguno de esos árboles. Pero no hemos podido fotografiarlos como queremos. Sus ramas se entrecruzan con el árbol vecino o no tengo espacio para plantarme frente a él o tras él se alzan árboles más altos o más anchos y sus ramas se confunden con las de mi olivo sin dar apenas opción a darle uso a la profundidad de campo corta. ¡Necesito un pino genial no con bosque ni montaña detrás, sino con el cielo de fondo!
Llevas un tiempo buscando fotografiar algún árbol bien siluetado contra el cielo. Cada vez que sales de la ciudad, miras árboles, te los conoces todos, no tanto por su nombre sino por sus formas, por sus cualidades para ser fotografiados. Y, de pronto, te encuentras fotografiando la espalda de una chica, con sus cabellos ampulosos como la copa del pino ideal que te ronda en la cabeza desde hace un mes entero.
Surge un pensamiento lateral sin quererlo: un pino y una espalda.
Pensarás: "¡Bueno, ahora sí que la hemos liado!". Parece comprensible que si te cuesta mucho dar con un árbol precioso, ahora no solo necesitas un árbol bonito sino también una espalda y un cuerpo de cabellos que hagan juego con él.
Pues sucede lo contrario.
Ya no necesitas un pino hermoso, completo, que sus ramas dancen equilibradas con líneas insinuantes y que la luz que lo baña sea perfecta. Tampoco necesitas una espalda única.
Solo precisas la esencia del pensamiento lateral, es decir, eso que se destila de él: la sorpresa, el ejercicio prometido en la mente del observador para que se solace en lo que ve, para que lo entienda, para que sienta algo extraño, especial.
Las carencias del pino feo recortado contra el cielo que fotografié un día desesperado se unirán a las carencias de una espalda que no es un árbol. Es decir, las piezas se ensamblarán perfectamente.
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