Paseo fotográfico por la Tate Modern
El paseo no es reciente. Ya nos gustaría a todos poder viajar tranquilamente. Pero no voy a hablar del secuestro de la libertad perpetrado por el virus; además, cuanto más hablamos de él, más pesa, ¡así que fuera! Navidades en Londres, hace un año.
Paseos por el Támesis, claro, y los parques, Candem Town y todo eso.
Pero sobre todo, paseos por las galerías de arte y los museos de Londres.
Para mí el alma de cualquier ciudad se encuentra en sus museos. Y en Londres hay chicha.
Pasa que ya no tengo 20 años y, aunque la abundancia de experiencias juega a mi favor en una cantidad de asuntos que a veces me sorprende a mí mismo, otras veces no me permite comprender los nuevos aconteceres.
El arte moderno, en algunas ocasiones, es demasiado enrevesado (no necesariamente sofisticado).
En la Tate Modern Gallery se exhibe una de las 15 copias del urinario que tantas veces he denostado en conferencias y talleres (y en este blog). El urinario de Marcel Duchamp.
Una broma que se ha convertido en el estigma del arte.
Justo ayer veía un capítulo de Twilight Zone (La dimensión desconocida) en el que, en el barrio de un pequeño pueblo norteamericano, todos se vuelven locos creyendo que les invaden los marcianos. Y, sin que los marcianos se dejen ver, estudian el comportamiento de los humanos para, al final, comentar entre ellos:
- ¿Has visto el procedimiento?
- Basta con parar algunas de sus máquinas: radios, teléfonos, cortacéspedes. Les dejas a oscuras unas pocas horas y te sientas a ver el patrón de comportamiento. Y este patrón es siempre el mismo: con pocas variaciones: eligen al enemigo más peligroso con el que pueden enfrentarse: a ellos mismos.
Pues lo mismo sucedió con la Humanidad del siglo XX gracias a la incongruencia sobrevenida con el artista Duchamp.
La broma, espontánea u organizada, se le fue de las manos.
El caso es que ese urinario se convirtió en la "máquina rota" que, a oscuras, ha dejado el concepto de arte del siglo XX en braguitas.
El arte es otra cosa, más allá de lo conceptual. El arte no es casual wear ni admirar churros espontáneos porque alguien cuenta que la masa con la que están hechos los churros tiene saliva de bebé muerto.
Los pintores, escultores, fotógrafos, artistas en general, trabajamos incansablemente para hallar algo único, que motive, que emocione y haga reflexionar, todo a la vez.
Así que la reflexión del urinario, una característica única, sin singularidad, sin motivación, sin emoción, se queda en que esta sociedad es idiota, porque transforma la broma en algo serio, transforma lo insustancial en una oportunidad para hacerse el interesante.
Las bromas están muy bien, pero mantenerlas vivas durante más tiempo del recomendable, las convierte en armas peligrosas.
Museo de Ar-te Con-tem-po-rá-ne-o
Esta introdución viene a cuento de que me costó entender el museo, desde su construcción arquitectónica, sosa enladrillada en las fachadas, hasta las salas interiores y, por supuesto, algunas de las obras expuestas.
Obras en el interior las hay para todos los gustos: Warhol, Dalí, Rothko, Munch, Chirico, Bacon, Lichtenstein, Juan Muñoz, Rodin, Klee, ...
Me gustó descubrir la escultura de Gaston Lachaise. De inmediato me dije que este hombre había copiado a Botero, cosa que se puede deducir si ves más obras suyas en internet. Pero no. Lachaise murió en 1935 y Fernando Botero nació en 1932.
Como fotógrafo especilizado en Arquitectura, lo pasé en grande en el interior del edificio. La sala principal, la Sala de turbinas, es de una rotunda enormidad.
Acostumbrado a fotografiar espacios interiores de tamaño pequeño y mediano, para mí fue un reto enderezar las verticales sin crear distorsiones en horizontales y líneas de fuga.
Recuerdo que me pasé un buen rato en el fondo de la sala, junto a unas grandes tuberías, casi a oscuras. Se alineaban paralelas pero no eran exactamente iguales.
Las fotografié, ofreciéndome a mí mismo el reto de lograr algo con la postproducción.
Supongo que los cuerpos de seguridad del museo estarán acostumbrados a ver gente rara ahí adentro. ¿Cómo serán los patrones de comportamiento de los visitantes de un museo de arte contemporáneo?
Elijamos entre estos:
- criminales, como el joven de 20 años que desgarró "Busto de una mujer", de Picasso. (Yo estaba el el Museo en ese momento, vi agitación, y nos cerraron la sala en la que estaba expuesto el cuadro, pero en ese momento no sabía por qué).
- gente que no tiene ni idea de arte pero se mete en la Tate porque queda bien decir que ha visto el orinal de Duchamp, un hito en el arte del siglo XX.
- los que adoramos el arte. Para aprender genialidades y tratar de aplicarlas a nuestra obra o "simplemente" para disfrutarlas.
- los etéreos que buscan la comunión perfecta con la manera excelente de expresar las virtudes del ser humano (y se tapan la nariz cuando pasan junto al urinario de Duchamp).
Y las cosas raras
Como esta, ¿ves? Entras ahí y lo ves todo amarillo. Y tú, que estás viejo (de pensamiento, a veces lento, a veces excelente, nunca se sabe) te encuentras con que una única frecuencia de color amarilla te impide ver con normalidad fluorescente o incandescente el lugar en el que te encuentras.
Otros tildarán la experiencia amarilla monócroma como excitante, porque su creador, Olafur Eliasson, ha reducido los tonos que somos capaces de divisar en solo amarillo (y negro). ¡Guau! Sí, pero, ¿arte?
Eso por no hablar de su Waterfall. La ha montado en Nueva York, en Sidney, en Versalles y en Sao Paulo. Y en la Tate, una de pequeñas dimensiones.
No la fotografié. Me pareció un andamio con mareados chorros de agua. No le vi la poesía por ningún lado. Ni tan solo poesía sucia.
En cambio, sí me gustó fotografiar la obra de Sol Lewitt. Ideada con persianas. Y te paseas por debajo y la rodeas y sientes emoción y nuevas sensaciones. Va más allá de la estupidez conceptual con la que se sostienen algunas otras "obras".
Al final del día, es verdad que te sientes imbuido de arte, salpicado de originalidad.
A veces pienso en que los guardianes de los museos, si saben aprovechar su tiempo mientras guardan, deben de sentirse especialmente instruidos.
Lo pensé por primera vez viendo la obra oscura, negra, destructiva, nauseabunda de un artista cuyo nombre no recuerdo en un museo que tampoco recuerdo. Adornada con sonidos repetidos chirriantes. Imaginé permanecer ahí un turno de dos horas. Deberían pagar a los guardianes un extra, si no de dinero, un extra de sensaciones agradables, para compensar.
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