foto portada ©xisco fuster
Uno puede trabajar como fotógrafo profesional y enlatarse en una rutina gorda que ocupa todo su tiempo. Trabajas, trabajas y trabajas, metódico, repetitivo, siempre el mismo ejercicio, con escaso margen a la creatividad: eres el fotógrafo enlatado. No te queda tiempo para entregarte a las fotos artísticas que se te ocurren cuando te tomas la cerveza antes de comer o cuando acaba la jornada.
El fotógrafo enlatado y algo más
Primero aparece (de pronto) la idea genial en tu mente. Te alegras, porque crees que has dado con algo que, si te lo trabajas con la cabeza y las manos, será para que te recuerden como artista. Sin embargo, lo único que consigues es ver cómo la idea juega y madura en tu cabeza. Sin poder hacer nada, ni un solo disparo, hasta que la genialidad desaparece absorbida por el tren de la rutina.
Puedes haber tomado notas, pero una idea artística se enmohece si la dejas demasiado tiempo en el baúl.
Las ideas artísticas tienen un alto grado de filiación con las emociones.
Y tus emociones cambian con la misma intensidad que la primavera que se convierte en verano. Luego el otoño pasa volando y se te congelan las ideas sin que te des cuenta de que ya es invierno.
Lo del juego y la maduración de las ideas, visto desde la perspectiva del fotógrafo enfrascado en un trabajo rutinario que no puede hacer nada porque no tiene tiempo, es como ver un documental sobre creación artística, a cámara lenta, en tu cabeza. O sea, tiene su parte provechosa.
Por ejemplo, se me apareció en un vídeo musical una imagen que se debió de mezclar con algún recuerdo de mi infancia (ya sabes, esa gran generadora de sensaciones) y después fue creciendo con unas fotos retocadas de Barbie que vi en una galería de arte, y decreciendo, con la imperativa insistencia de Chucky, el muñeco diabólico (digo que decrece porque su imagen es chocarrera, completa, no me estimula, no puedo erigir nada con ese estímulo y relacionado con mis emociones).
Imposibilitado (por lo que cuento) para ilustrar el párrafo anterior con una foto porque soy un fotógrafo enlatado y no tengo tiempo para hacer más fotos que las que me encargan en la inmobiliaria donde trabajo desde las 9 hasta las 19 h, ilustro este artículo con tres fotos que me salieron el otro domingo en una visita turística a Cala Figuera (Mallorca). Las publiqué en Instagram con el texto:
Cala Figuera. Todos fotografían las barcas. Yo no.
Primero pensé que era un poco pretencioso escribir eso. Pero cuando la sed aprieta, te dejas llevar por las verdades, aunque produzcan cierta acidez.
La verdad es que consiguió bastantes corazoncitos. Me dije: ¡No estoy solo! Hay más gente como yo.
Mi experiencia previa en inmobiliarias había sido más relajada, más "lujuriosa". Es decir, llegabas a una casa en el momento de iluminación perfecto, cuando el sol está contigo, estudiabas los mejores ángulos, cambiabas de sitio sillas u otros objetos que estropeaban la composición, disparabas, recogías el trípode y el equipo y te marchabas a tomar una cerveza con el comercial, unas risas y a casa a revelar digitalmente las fotos, cuando tardaba uno o dos días en dejarlas bien puliditas.
Antes de eso estuve unos años trabajando para otra inmobiliaria de cuyo nombre prefiero no acordarme. Podían pasar semanas sin disparar una foto. Y el jefe, cuando captaba un propiedad, me obligaba a ir a la casa aunque el cielo permaneciera cubierto, gris, a punto de acabar el día, en invierno, con viento y con cajas y trastos en el interior de la casa. Imagina cómo se veía la piscina. Y después se lamentaba: Es que no eres un buen fotógrafo, me dijo.
Lamentablemente, hay experiencias de las que no aprendes nada. Con las que vas hacia atrás, desaprendes.
Ahora fotografío hasta cuatro casas en un día, preferiblemente cuando luce el sol, pero si está nublado y es un piso sin vistas despejadas o al mar, da lo mismo, te las arreglas con los flashes y la temperatura de color. A menos, claro está, que se vea el mar o un paisaje urbano que, claro, no te vas a entretener a darle a cada uno de las decenas de edificios que se ven sus sombras propias y las proyectadas. Esto lo sabe desde la jefa hasta la última de las comerciales.
El trabajo de postproducción en la inmobiliaria es asimismo veloz. Como la tarea es ardua, automatizas todos los movimientos: temperatura de color, claros, oscuros, contrastes, ajuste de las verticales, ajuste de la exposición de lo que se ve a través de las ventanas y en el interior de la casa, borrar cualquier atisbo de nubes y dejar el cielo siempre azul, borrar esa bolsa de plástico que alguien dejó tirada por ahí y no viste al disparar...
A veces me observo trabajar y me digo, hum, creo que dominas esto demasiado bien.
Ahora ando veloz cuando disparo, eliminando objetos indeseados en las casas de lujo y también en las casas medianas. En las casas de lujo suele verse todo limpio y muy bien ordenado. Esta semana pasada, por ejemplo, no quería irme de una donde todo permanecía brillante, bien ordenado. ¡Quería seguir sacando fotos!
En las casas medianas puedes encontrarte una olla grande, dos sartenes, trapos repartidos por toda la cocina, luces que no funcionan, cajones desencajados, multitud de frascos de especias llenos de grasa, vajilla descolocada, bolsas con desechos, las camas alejadas de la perfección paralelepípeda... A veces me digo que soy un limpiador profesional y salgo de la casa un poco humillado porque se supone que yo saco fotos, no limpio casas.
Podrían darme las gracias por haber limpiado estéticamente su casa.
Supongo que los propietarios de las casas, sobre todo de las medianas, no son conscientes del cambio, pero estoy seguro que sienten su casa más bella que antes de que yo llegara porque cuando me marcho sonríen.
Orden es belleza. El caos tambien es bello, pero solo si guarda secretamente un orden de la misma materia que ese que aparece en tu mesa de trabajo, llena de trastos, pero tú sabes donde se encuentra todo sin mirar. Sí, una vez más lo digo, el cosmos no existe sin el caos. La belleza inmaculada es aburridísima para las personas con cierto acerbo cultural (que me perdonen los idiotas).
Ahora, enlatado en mi rutina en la inmobiliaria, corro casi siempre demasiado
Y eso se nota en las fotos porque si bien hay un trabajo de postproducción donde eliminas algunos elementos estéticamente nocivos, si fotografías trastos porque te da pereza apartarlos físicamente, no hay postproducción que lo arregle (al menos de manera veloz).
La postproducción, trabajando a destajo como fotógrafo, es una experiencia única. Es verdad que llega un momento en que revelas de manera automática, que el cielo siempre será del mismo azul maravilloso y la cocina parecerá nueva, con esos cajones bien alineaditos (recuerda, uno estaba desencajado), pero también aprendes. Siempre he criticado esos tutoriales en youtube que en veinte minutos te enseñan algo que tú crees que no sabes y no solo lo sabes sino que además lo resuelves en medio minuto. Pues bien, el trabajo de fotógrafo enlatado te permite ser todavía más ágil, más infalible.
La agilidad es importante, no tanto para correr, sino sobre todo para llegar un paso más lejos en tu camino a la genialidad.
Siempre he puesto el mismo ejemplo: si te pasas el día discutiendo con tu pareja y luego reconcilandoos para dar con un momento de amor intenso, todo lo que conseguís es dar vueltas, no avanzáis, no creáis nada, ni tú ni tu pareja, os limitáis a romper vuestra relación para rehacerla de nuevo. Una pérdida de tiempo y de energías mastodóntica que no te permite crecer.
Por eso mismo, si te vuelves más ágil, más potente con tu técnica, puedes llegar más lejos con tu creatividad, dar un paso más, no perder el tiempo en solucionar los degradados de un cielo azul, por ejemplo, sino solucionarlos y entregarte a la consecución de un cielo inverosímil y al mismo tiempo creíble.
Ahora he aprendido que hay más verdades que la mía
Sigo hablando de fotografía. Mis trabajos arquitectónicos eran siempre los mismos, poseían mi sello, mi visión particular. Ahora, en la inmobiliaria en la que trabajo ahora, no.
Probablemente pienses que poseer un sello personal es lo que ansiamos todos. Y no te quito la razón, en absoluto. Sin embargo, ahora me obligan a dejar las fotos sobresaturadas y sobreexpuestas, entre otras normas alejadas de la perfección.
Al principio no me cabía en la cabeza hacer "mal" las cosas. Pero claro, ahora viene la pregunta, ¿"bien", "mal", qué es "bien" y qué es "mal"? ¿"Perfecto"?
Con el paso de las semanas fui haciéndome a la nueva manera de trabajar, enlatada, rutinaria. No me permite sumergirme en creaciones artísticas, pero me aporta más experiencia, aunque no vaya encaminada a la meta que yo me había propuesto como fotógrafo, es decir, ser un artista avezado en la experimentación visual, fermentada en las técnicas estéticas logradas por los pintores y sus siglos de experiencia y mezclada con la modernidad.
El camino en el que me encuentro fecunda ideas que se gestan en mi mente. Y desaparecen, ya digo.
Pero la observación de este embarazo de ideas que acaba en muerte genera algo bueno: desesperación.
Tras un periodo de desesperación artística, viene el verdadero parto, el de ti como genio. Es evidente, y lo sabes.
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