Dead man es la película del año 1995 protagonizada por Johnny Depp, dirigida por Jim Jarmusch y con la dirección de fotografía del que se apodaría como "el maestro de la luz", Robby Müller.
La primera vez que me quedé prendado de la fotografía de Robby Müller fue en un cine, viendo Paris, Texas (dirigida por Wim Wenders) el año de su estreno, en 1984. La segunda vez, décadas más tarde, sucedió el año pasado, en la pantalla de mi casa, viendo, disfrutando, sintiéndome hipnotizado por los encuadres y la luz natural empleada en Dead Man, dirigida por Jim Jarmusch.
Dead man es una película de las que pasan a la historia.
Con un argumento diferente, un guión inspirado en la obra del poeta William Blake, The marriage of Heaven and Hell (El matrimonio entre el cielo y el infierno), una música inolvidable (Neil Young), actuaciones más o menos acertadas, una dirección diferente a los cánones hollywoodienses y una fotografía única.
El protagonista, con el mismo nombre que el del poeta William Blake, se mete en una historia que empieza en un ambiente infernal, si consideramos como opuesto las comodidades a las que estamos acostumbrados. Nadie, nombre del indio que guía a Blake en su camino, considera al protagonista una reencarnación del poeta William Blake (sí, se llaman igual). Nadie se llama así porque, tras crecer en una tribu india, fue educado en escuelas de los invasores occidentales. Al no pertenecer a ninguno de los dos mundos, ni al indio ni al occidental, su nombre adquiere todo el sentido: Nobody. Si has vivido en un país que no es el tuyo, seguro que has pronunciado esta frase: "Ya no soy ni de aquí ni de allí, soy del mundo".
El presupuesto de la película rondó los 9 millones de dólares y solo recaudó 1. Pero, entre nosotros, eso es solo dinero, el dinero que un pobre truhán invirtió en hacer historia, no en hacer más dinero.
Pero hablemos de lo que nos gusta: la fotografía.
Una obra maestra del cine con una fotografía reveladora
Robby Müller destaca por sus encuadres, por el uso de la luz y también por el uso del color. Si has visto la película Paris, Texas, seguramente un fogonazo de color rodeando a Nastassja Kinski acude a tu mente cada vez que la recuerdas. Pero ahora hablaré de Dead man, su película en blanco y negro y de la que obtuvo mayor número de nominaciones a diferentes premios, por detrás de Breaking the waves (Rompiendo las olas), de Lars von Trier, protagonizada por Björk.
Encuadres abiertos y perfectos
Claro que para lograr una buena fotografía, es decir, una imagen que transmita una realidad de manera eficiente, es necesario algo más que un buen encuadre. Si te digo que Müller abre mucho los encuadres y tú haces lo mismo creyendo que vas a lograr el éxito, cometerás un error. Sin embargo, en sus encuadres cabe mucha información que, además, está muy bien ordenada, para que tu ojo se sienta abducido y pasee por él descubriendo algo que va más allá de la fotografía aceptada por todos, esas fotografías perfectas donde todo está perfectamente colocadito y perfectamente iluminadito.
De hecho, la ventaja de Müller es que sus fotografías son "enormes".
Me explico. Cuando el protagonista, William Blake (Johnny Depp) o su amigo Nadie (Gary Farmer) observan su entorno en el transcurso de la película, la acción se detiene (o crece) para recrearse en una postal, en una toma en la que los observadores, es decir los protagonistas pero también nosotros, somos capaces de situarnos en la escena más allá de los protagonistas, con los protagonistas.
Pero esta toma no es fija, sino que está en movimiento.
No se trata de un movimiento porque es cine (que también) sino más ese movimiento que tú practicas cuando estás frente a una gran fotografía en una exposición, en un museo. El mismo movimiento que se recrea frente a La maja desnuda de Goya o Las Meninas de Velázquez. Tú no ves la foto como en Instagram, pequeña y fugaz, y sigues tu camino, no-viendo lo que vas pasando a toda velocidad, sino que te quedas delante de la foto.
Te sumerges en la foto, la paseas y acabas metiéndote dentro.
Al final de este artículo pondremos en práctica el ejercicio de observar las fotos de una de las exposiciones de Müller en la película, una para casi cada escena, para ofrecernos un mensaje muy claro: cómo se vivía, de verdad, en la época de la colonización de América del Norte, en sus ciudades, en una reserva india.
Luz natural de Dead man
En el fondo, comprender la manera de trabajar de Müller es como conocer la diferencia entre una foto a una modelo donde han intervenido peluqueros, maquilladores, estilistas, donde se han utilizado flashes, ventanas de luz, sombrillas, difusores... y una foto donde no se emplea (casi) nada de todo eso.
Es cierto que un buen profesional debe saber manejar la luz, generarla donde haga falta, rellenar huecos oscuros u oscurecer los detalles demasiado iluminados, si se encuentra en un exterior.
Su misión consiste en crear una fotografía equilibrada en la que el ojo del observador, después de ser seducida, se quede en la foto, mantenga un hilo directo con su memoria, extraiga de ella vivencias personales y que todo ello se imponga como una manifestación nueva.
Sin embargo, hay una segunda opción. Delicada. Emplear la luz natural.
En el primer caso, tú eres el creador, vas a tratar de imitar, con mayor o menor fortuna, las luces de la Naturaleza, las luces que están en las habitaciones de las casas y las que provienen de las calles de tu ciudad por la noche. En la segunda opción, tomas la naturaleza de las luces, las comprendes, observas su pulso, cómo se manifiestan y, después, las domas.
Y para domarlas es preciso conocer cómo se manifiesta la luz, no solo a cada hora del día, si está nublado o si sale el sol, sino también las intensidades de cada luz.
Con la fotografía en blanco y negro, se simplifica muchísimo la composición de una foto. En Dead man, Müller lo resuelve con la maestría que le caracteriza. Fácil es comprender que, si domina el uso del color, bien puede dominar esta otra variedad de los tonos que es el blanco y negro. El blanco y negro, ya lo hablamos con el uso del color de Robert Capa, es más sencillo, más directo, resulta más fácil ordenar los elementos y dirigir así la mirada del observador para atraparlo en la fotografía.
Sentados viendo una exposición
El fotógrafo es aquel que reproduce una realidad para comunicar su esencia, para que creas que de verdad ha existido, que de verdad existe y para que siga existiendo en tu memoria con el paso del tiempo. Son las claves de cualquier fotografía, ¿no?: captar una realidad y mantenerla para siempre.
Cuanto más penetre en tu mente una fotografía, más poderosa se vuelve. Si recuerdas algunas películas, puede ser por su argumento, claro, pero también se recuerdan algunas películas por su impacto visual. La verdad es que de Paris, Texas, que la he visto una par de veces, recuerdo algunas imágenes, recuerdo, sobre todo, la sensación de soledad, pero si me preguntaras de qué va la película, ahora mismo en que escribo esto, sería incapaz de contarte el argumento. Y, sin embargo, es una de las películas que llevo grabada en mi memoria.
La fotografía de Dead man es igual de poderosa, en blanco y negro. Me llama mucho la atención cómo la mirada de los protagonistas se transforma en el vehículo para llevarnos a su entorno.
Y el entorno se plasma en fotografías que, en conjunto, crean una exposición de la que el observador no sale vacío.
No voy a contarte nada que desvele secretos del argumento; aunque eso sea un tema secundario, en mi opinión, sé que a veces no lo perdonas. Cuando cuento el argumento de una ópera y le digo a mis interlocutores que todos mueren al final, exclaman un "¡oh, qué haces!", que no comparto.
Lo que importa, ¿no es el cómo, no es el viaje, no es lo que sucede antes de alcanzar la meta, no es la intensidad de tus sentimientos reaccionando hacia lo que se te muestra?
En la segunda escena, cuando William Blake llega al pueblo de Machine, nos alejamos de inmediato de los westerns que hemos visto toda la vida y entramos de lleno en una estampa que parece mucho más creíble. El salvaje Oeste no podía serlo solo porque todos van armados y se pegan tiros. Nos faltaba conocer el ambiente.
Y Müller nos lo muestra de manera cruda.
No de una manera "pornográfica", simple y vacía, sino que sienta en nuestras mentes la semilla de un ambiente que nosotros podemos calificar como cercano al infierno con el que pretende que soñemos el poeta William Blake.
El alter ego William Blake, el protagonista de la película se pasea por el barro de la calle principal y su mirada nos conduce a las siguientes fotografías, como si de una exposición se tratara. Una exposición que podría titularse, por ejemplo, "La vida real en un pueblo del Oeste: Machine".
La primera imagen, que repito, no se queda parada en un plano sino que se mueve ligeramente, se inicia con los cráneos de las cabras y las pieles amontonadas abajo y, a continuación en el mismo plano, aparecen unas tres calaveras humanas apiladas (que no se ven en la foto de arriba).
La segunda foto de "la exposición" perteneciente a "Machine" es la de una madre acunando a su bebé para verse en el barrido de la foto cornamentas en un carrito de madera.
Un caballo estrellando contra la tierra bajo su panza el motivo por el que el que el suelo se convertirá, presumiblemente, en lodo pestilente.
Casas de madera, hombres rudos, escopetas, pieles... una descripción bastante rotunda y bien dibujada del ambiente del Oeste americano a mediados del siglo XIX. Sinceramente, jamás he visto antes una realidad retratada así en ninguna otra película del Oeste.
Una mujer con la cara empotrada en la pelvis de un pistolero, que levanta la pistola cuando se descubre observado.
Una introducción a la gloria
Al fin y al cabo, eso es lo que pretende este artículo. Una invitación a lamer el séptimo arte con la lengua de la fotografía. Lame la película Dead man. Sumérgete en otro mundo.
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